miércoles, 27 de junio de 2012

Democracias frágiles


En muy poco tiempo se presentan en América Latina dos abruptas situaciones de ruptura del orden democrático: Honduras y Paraguay. En ambos casos se trata de recubrir el derrocamiento de los presidentes en ejercicio, con un manto de legitimidad institucional. Aunque en entornos diferenciados y con condiciones políticas desiguales, llama la atención en la deposición de los dos mandatarios el corto plazo restante para concluir el período para el cual fueron popularmente electos, así como la participación, en el proceso de remoción, de los parlamentos, los partidos políticos tradicionales y grupos de poder dispuestos a cambiar, a todo trance, el rumbo seguido por  el desarrollo económico y político de su país.

Estos golpes de estado, revestidos de una cuestionable legalidad, ponen en evidencia la fragilidad de los regímenes democráticos establecidos en varios países latinoamericanos, el significativo peso de la herencia autoritaria en varios de ellos y la resistencia de determinados grupos a disminuir sus prerrogativas y su poder. Permitir el libre juego de las ideas, aceptar la posible diversidad de proyectos políticos en el marco democrático o incluir en el proceso de desarrollo socioeconómico a sectores secularmente excluidos, es un supuesto riesgo que estos grupos pareciera no están dispuestos a correr.

La impaciencia de algunos sectores ante los entrabamientos enfrentados por un sistema institucional debilitado y un creciente descontento en relación con el funcionamiento de los sistemas políticos, lleva a que hasta en democracias más consolidadas, como la costarricense, se formulen con cierto desparpajo propuestas públicas, cándidas o alevosas, de instaurar gobiernos de facto como una manera de darle eficacia a la acción estatal. Al son de una cada vez más acentuada anti política, de un creciente descontento de la ciudadanía y un persistente deterioro de los sistemas institucionales, se entreabren algunas compuertas que pueden conducir a decisiones y proyectos antidemocráticos, ante los cuales la región no se encuentra necesariamente inmune.

Un aspecto primordial para darle continuidad al camino democrático en América Latina es rechazar, de manera tajante, los hechos o intentos de ruptura del orden democrático en los países de la región y no permanecer impasibles ante las tentativas de regreso al orden autoritario en cualquiera de las naciones latinoamericanas.