jueves, 8 de noviembre de 2012

¿A QUIÉN BENEFICIA LA GUERRA SUCIA?


Los procesos electorales constituyen un aspecto medular en el funcionamiento de los sistemas democráticos. Con el tiempo, los torneos eleccionarios se perfeccionan y aparecen asesores profesionales, especializados en diferentes campos de este acontecer político y con diversas propuestas estratégicas sobre cómo enfrentar las competiciones por el acceso al poder formal. En el arsenal estratégico empleado en los disímiles contextos en donde se llevan a cabo las justas, sobresale una herramienta muy particular: la denominada “guerra sucia”. Consiste esta en el uso de todos los medios al alcance, con el propósito de hacer resaltar los defectos, debilidades o conductas consideradas reprochables por parte del rival, hasta lograr desprestigiar o degradar su figura y tratar de conducirlo a la derrota electoral.

Estos estrategas no se andan con contemplaciones y están dispuestos a emplear cualquier recurso disponible, hasta conseguir sus fines. En este caso cobra total vigencia el precepto, según el cual, “el fin justifica los medios”. Emplear los recursos tecnológicos para recopilar toda la información posible sobre el contrincante, dar seguimiento a la trayectoria pública y privada, buscando dar con las tachas, y acumular los elementos susceptibles de alimentar los rumores o de traducirse en información para su divulgación por los medios de comunicación o las redes sociales, son acciones con las cuales se entreteje la trama de esta batalla subterránea.

En el desarrollo de la “guerra sucia”,  la utilización de los medios de comunicación es una medida muy destacada. Para los promotores de estas acciones, convertir los datos obtenidos de manera paulatina en información confiable y en capacidad de alimentar la oferta mediática, constituye un mecanismo básico para dar sentido a la inversión de recursos intensamente efectuada. Los efectos positivos en el rating, producidos por las denuncias o los escándalos políticos, en una situación en la cual los medios aparecen como paladines en la lucha contra la corrupción, así como la ocasional comunidad de intereses existente con los ocultos causantes de los escándalos, los colocan en la posición de aliados preferentes para la obtención de los resultados esperados con la aplicación de la táctica diseñada. Por esta vía se trata de aprovechar  la labor esencial y permanente de control, denuncia, crítica e información, cumplida por los medios de comunicación en la vida democrática de estas sociedades, para el logro de los fines perseguidos con la aplicación de su estrategia.

Pero, ¿quién gana en una batalla con esas características? Resulta harto difícil encontrar un claro vencedor. Pero sí es posible distinguir a los grandes perdedores: políticos, partidos, gobernantes  y, en general, el sistema político. Cada escándalo brotado, cada rumor propalado o cada imputación generada, de forma justa o injusta, abonan al creciente descrédito sufrido por los políticos y a la pérdida de confianza de la ciudadanía en las instituciones, las agrupaciones y sus líderes. Quienes se declaran ganadores, en una elección llevada a cabo en esas condiciones, deja tras de si  una estela de desprestigio, con la cual no solo se perjudican sus oponentes, sino el conjunto de la denominada como la “clase política”, incluyendo al supuesto ganador. Las consecuencias de un proceso de esta naturaleza, se perciben con claridad en la ausencia del respaldo político requerido para el ejercicio del poder. El escándalo político suma, en forma intensa, a la con frecuencia llamada “ingobernabilidad democrática”. Es, como dice la expresión popular, “cuchillo para su propio pescuezo”.

1 comentario:

  1. Me parece que en la actualidad juegan un papel muy importante las redes sociales, principalmente Facebook. Además a veces ni siquiera es una estrategia oficial de los partidos, sino son los partidarios los que desarrollan enconadas batallas de desprestigio de los rivales. Ver por ejemplo discusiones en https://www.facebook.com/infiernocr

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