La inauguración de
un nuevo templo, en un lugar estratégico del Área Metropolitana, moviliza a
miles de fieles, a pesar de anteceder tan solo por unos cuantos días a la
máxima celebración, denominada como el “viernes negro”, a la cual acuden
fervorosos y dispuestos a cualquier sacrificio con tal de adquirir el preciado
bien ofrecido por los mercaderes contemporáneos.
La denominación de
este viernes con la connotación racista según la cual se identifica lo negro
con lo negativo, lo maligno o lo pernicioso -por ejemplo, “mercado negro” o “negro
porvenir”-, celebrado el día posterior a la conmemoración estadounidense de la “acción
de gracias”, genera un verdadero caos en los templos principales o en las
capillas de menores dimensiones. El mall es
el más venerado santuario de la sociedad mercadocéntrica y el más visitado en
estos tiempos.
Conforme se acerca
una época de máximo culto al consumo, la frenética carrera por adquirir bienes,
con los cuales se satisfacen diversas necesidades, alcanza matices
sobrecogedores. La última manifestación ocurre ante el llamado de una cadena
comercial transnacional, ante el cual hacen largas filas y corren presurosos
los feligreses, dispuestos a gastar el aguinaldo, aún no recibido, o a pintar
de rojo el plástico con el cual hacen su triunfal ingreso al mercado de
consumo. Los zafarranchos ocurridos al interior de los establecimientos, sin
reparar en el irrespeto al sagrado santuario mercantil, expresan hasta donde se
está dispuesto a llegar con tal de satisfacer aquel efímero apuro.
El principio de la
moderación, precepto generalmente aceptado para guiar nuestras conductas, se
deja de lado ante la majestuosidad de las pantallas planas, las tabletas y los juegos electrónicos. ¿Quién
podría moderarse ante el deseo de acceder a una pantalla táctil, un móvil
inteligente, un XBox 360 o un
artefacto de 3D? ¿Quién podría aguantar ante un apreciable descuento en el
precio de aquel producto por tanto tiempo anhelado? ¿Quién no se rinde ante los
íconos de la triunfante devoción de nuestra época?
Como ocurre en otras
religiones, en este caso no hay límites formales al ingreso a los templos, pero
no así para alcanzar la principal aspiración de obtener aquellos apreciados bienes
con los cuales transitar al edén. Cualquier persona, sin importar su condición
social, puede acceder a sus instalaciones y admirar los fetiches tantas veces contemplados por la televisión, pero el camino
a la gloria está reservado a una parte de la población; la otra, la excluida, continuará
mirando de lejos aquella desigual sociedad de la cual no pareciera formar
parte.
Mientras tanto,
pienso en el momento más oportuno para tocar a las puertas de algún santuario,
para adquirir los regalos para mis amigos y familiares, en esta cultura de
mercado en la cual estamos envueltos,
aunque tratemos de resistirnos y de escapar del fanatismo al culto de nuestro
tiempo.
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