La
presencia de un nuevo proceso electoral podría ser una buena oportunidad para
promover una discusión de fondo sobre los grandes desafíos enfrentados por el
desarrollo en el país. Aunque, si nos atenemos a la tónica seguida por la
mayoría de las agrupaciones políticas participantes en los torneos electorales,
el debate tiende a ser muy pobre, centrado en temas aislados, sin un eje
conductor, y situado en resaltar las virtudes o defectos de los aspirantes
presidenciales (“firme y honesta”, “el menos malo”, “el hombre de las manos
limpias”, “Sí Costa Rica, Oscar Arias”). Esto último, en respuesta a la conducta de los electores y la tendencia a
privilegiar a los aspirantes, por encima de los partidos o las propuestas
programáticas. No obstante, es posible relacionarlo también con el fenómeno más
general, característico de la sociedad actual, anotado por el sociólogo Zygmunt
Bauman, para quien “En la cumbre jerárquica de aptitudes útiles y deseables, el
arte de navegar sobre las olas ha sustituido al arte de sondear en las
profundidades” (Bauman, 2013).
En
la vida nacional, el surfing político,
colocado en la superficie de los análisis sustanciales, se ha convertido en la forma predominante de
hacer política. Los discursos sobre la necesidad de delinear un “proyecto país”
o de alcanzar los acuerdos políticos requeridos para superar los males que
aquejan el sistema político y las crecientes brechas entre los grupos sociales -en
gran medida causantes del extendido malestar ciudadano-; no lograrán
concretarse en tanto no haya un examen prolijo sobre los obstáculos por zanjar,
“sondear en las profundidades” de nuestras complicaciones y definir el rumbo a
seguir para corregir los elementos excluyentes, de los cuales es portador el
modelo de desarrollo adoptado en el país a partir de los años ochenta.
¿Estarán
los partidos políticos nacionales, convertidos en simples maquinarias
electorales, en capacidad de emprender una iniciativa de esta
naturaleza?¿Estarán interesados, los dirigentes de estos partidos, en llevar a
cabo un proceso de debate por medio del cual los electores tengan claro a qué
apuntar y distinguir, entre las diferentes opciones, aquella considerada la más
conveniente?¿Existirá el interés en la ciudadanía por asistir a una disputa
electoral colocada más allá del prevaleciente marketing político, consustancial con la sociedad de consumo en la
cual convivimos?¿Estarán los sectores interesados en impulsar alguna propuesta
alternativa, en condiciones de colocar en la agenda pública la discusión sobre
el modelo de desarrollo y las necesarias rectificaciones para reemprender el
desenvolvimiento incluyente en nuestra sociedad?¿Ocuparán un lugar en esa
agenda temas tales como el del crecimiento de las desigualdades sociales, el
declive en la calidad de vida sufrido por la clase media, el deterioro en los
servicios públicos básicos, la exclusión social vivida por amplios grupos de la
población, la exigencia del reconocimiento de la diversidad y de los derechos
de la ciudadanía integral y el ineludible robustecimiento de la democracia y
del ámbito de lo público?
La
apertura del torneo electoral conduce a un período en la vida nacional en el
cual la ciudadanía, en general, incluyendo a los más escépticos con la
política, vuelven la mirada hacia la contienda en curso. Este momento es
oportuno para la reflexión y el análisis colectivo; si esto no lo impulsan los
partidos políticos, por desinterés o por su imposibilidad de romper con la
tradición y su comodidad con el status
quo, sí podría ser promovido desde la sociedad civil, los centros
académicos, los medios de comunicación alternativos o desde algunos think tanks, cuya condición les permite
incidir en la discusión de los asuntos de interés nacional.