Dentro
de pocos meses se cumplirán dos años de la gestión presidencial de la primera
mujer en ocupar esta relevante posición en el sistema político de nuestro
país. Dos años nos separan, asimismo,
del próximo torneo electoral.
Con
distintos grados de intensidad, las diversas fuerzas políticas se encuentran,
desde hace un buen tiempo, puliendo sus estrategias y definiendo las maneras más convenientes, para sus
intereses, de enfrentar las elecciones del 2014. Pero las diligencias van más
allá de las agrupaciones políticas. Otros actores, para quienes las
coaliciones, acuerdos y selección de los futuros candidatos resultan ser asuntos
de primordial importancia, para conseguir el ambiente apropiado en el
desarrollo de sus actividades, toman el
pulso a los acontecimientos y elaboran sus estrategias particulares.
Por
esta razón, resulta un tanto paradójico escuchar los reclamos por la
inconveniencia del inicio anticipado de
la campaña, sobre todo cuando se hace desde la propia trinchera electoral. La preocupación, en estos casos, no es lo
dañino para el país de las campañas tempraneras, sino cuánto se me pueden
adelantar los contrincantes. Más aun cuando, por diferentes razones, se me
dificulta “mañanear tempranito”.
Los
vientos electorales empiezan a soplar
fuerte, sin notarse modificación alguna en las formas tradicionales de
comportamiento político, entre los actores con un papel decisivo en el curso de
estos procesos. No se avizora, a estas
alturas, un juicio claro sobre los severos problemas políticos vividos por el
país, la riesgosa parálisis institucional, las dificultades del sistema para
dar respuesta a demandas esenciales de la sociedad, el crecimiento sostenido de
las desigualdades sociales y el progresivo malestar ciudadano.
El
anhelado surgimiento de un liderazgo renovado, una generación de conductores
políticos, con diferentes posiciones ideológicas, preparados para asumir la
responsabilidad de revitalizar el sistema político, promover la eficiencia
estatal, retomar la senda de la inclusión y el bienestar, así como de alentar
la participación ciudadana, pareciera no haber logrado cristalizar plenamente aún.
Esto será producto de un proceso social cuya concreción resulta incierta y, al
fin de cuentas, será el resultado de la conjunción de diversas circunstancias,
algunas de las cuales podrían tener un significativo costo social.
Mientras
tanto, la situación del país tiende a empeorar y el requerimiento de la
apertura de un espacio -o de espacios-, de diálogo social y negociación
política, con la participación de todos los actores relevantes, se torna ineludible.
Dejando de lado la pretendida
construcción del dado en llamar un “proyecto país”, es apremiante alcanzar compromisos
sobre aquellos asuntos específicos, en
orden prioritario, para cuya solución se concreten los acuerdos y se aúnen las
voluntades necesarias para lograr los
avances inmediatos, con una visión de largo plazo.
Para
los electores resulta cada vez más evidente el limitado efecto en sus vidas de un simple
cambio de mandatario. Mientras no se destraben los nudos limitantes del funcionamiento
político e institucional, la alternancia presidencial implicará variaciones en
el estilo de gobernar, pero por si sola no produce las modificaciones
sustanciales requeridas en el accionar del sistema político.
Estimular
la confrontación política y esquivar el diálogo social y la negociación, en la
coyuntura por la cual atraviesa nuestra sociedad, solo conseguirá retrasar la indispensable
toma de decisiones para dar derrotero al desenvolvimiento político del país.
¡Ojalá
la sensatez retome su lugar en la vida política de la nación!
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