Corría la década de los años 70 del siglo pasado, los
jóvenes llenos de inquietudes sociales acudíamos a la Universidad de Costa Rica,
buscando respuestas a las múltiples interrogantes surgidas en el convulso mundo
de las revueltas estudiantiles europeas, la propagación del movimiento hippie, los
intensos procesos de descolonización, los movimientos políticos alentados por
la caliente guerra fría y la insensata conflagración
de Vietnam. América Latina vivía un período de transformación productiva e
institucional, con un significativo ensanchamiento de la clase media,
estimulado por la movilidad social ascendente, y la consolidación de una
burguesía diferenciada de los grupos oligárquicos tradicionales. Las
persistentes desigualdades sociales y el crecimiento de los grupos medios con
nuevas aspiraciones y demandas, condicionaban la aparición de movimientos
populares y conflictos sociales extendidos por toda la región.
Las discusiones sobre estos procesos ocupaban, en algunas
oportunidades, los espacios académicos de las aulas universitarias. Pero había
dos sitios en los cuales se concentraban los análisis informales, las
discusiones y en algunos momentos hasta la confrontación: la soda Guevara y la
plaza de Estudios Generales, asiento de “el pretil”. En este último lugar eran
frecuentes las concentraciones de estudiantes, movilizados por los más diversos
motivos.
En esas reuniones sobresalía la figura de un joven con un
particular tono, fácil de identificar con alguno de los tantos acentos cobijados por el suelo español. Locuaz y apasionado, sorprendía y atraía con
su fundamentado pensamiento radical, su buena oratoria y el conocimiento de la
vida política en su país de origen y en las naciones latinoamericanas, con las
cuales había establecido un vínculo que no rompería jamás.
Estudioso y militante, ponía siempre en primer lugar su
labor organizativa y su compromiso partidario. En algunas actividades era
posible escucharlo entonar, con su potente voz, canciones de la guerra civil
española:
“Con el quinto,
quinto, quinto,
con el quinto regimiento,
madre, yo me voy al frente
para las líneas de fuego…”
con el quinto regimiento,
madre, yo me voy al frente
para las líneas de fuego…”
Forjado
en la vida política estudiantil y más adelante en las luchas cívicas y
populares, José Merino del Río se convirtió en una figura de primer orden en el
medio social costarricense. Su pensamiento y sus postulados políticos, expuestos
con ardor y adversados por muchos, no pusieron límites a su disposición al
diálogo, la negociación y el disenso respetuoso. Su labor parlamentaria le valió
el reconocimiento de quienes se identifican con sus propuestas y de quienes se
oponen a ellas.
Al inicio del
decenio de los 90, tuve la oportunidad de contar entre mis estudiantes con José
Merino. Me encargaron un curso en la Maestría Centroamericana en Sociología de
la Universidad de Costa Rica, sobre el tema de la globalización. Ese fue un
momento para reencontrarme con él después de largos años. Los temas tratados en
el curso y tener entre los estudiantes a José, se prestaba para el debate
riguroso y el análisis permanente. Disentir y coincidir con él durante aquel
semestre académico, fue una grata experiencia en mi vida universitaria.
Poco tiempo después
tuvimos un encuentro en un momento de mucha tensión para el país. Las
movilizaciones sociales surgidas a propósito de la aprobación del denominado
“Combo del ICE”, tuvo como uno de sus líderes a José Merino. Nos correspondió a
Sandra Piszk, Defensora de los Habitantes, a un representante de la iglesia
católica y a los cuatro rectores de las universidades públicas, cumplir el
papel de “facilitadores” de un extenuante diálogo entre los representantes de
las diversas fuerzas opuestas al combo y el Gobierno de la República. Ese fue
un momento en el cual puso a prueba su capacidad para defender sus puntos de
vista y buscar acuerdos, sin renunciar a sus convicciones.
El último encuentro
con José ocurrió hace unos cuantos meses, durante una reunión convocada por la
Fundación Ebert para analizar los desafíos enfrentados por la integración
centroamericana. Esa fue una buena oportunidad para constatar su persistente facultad
para aportar en el estudio y la generación de propuestas para superar las
enormes brechas del desarrollo en las naciones centroamericanas.
La partida física de
José Merino del Río deja un vacío en la vida política del país, en un momento
en el cual el diálogo social y la negociación entre los sectores con los más
divergentes pensamientos, requieren de individuos con su talante, claridad,
firmeza y voluntad de buscar los caminos para transitar hacia el bienestar, la
inclusión y la equidad social.
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