Los resultados del reciente torneo eleccionario estadounidense, se vuelven muy
llamativos por ser para muchos inesperados, así como por el opaco perfil y el
discurso “políticamente incorrecto” de quien fue el ganador en esa contienda. Pero,
como bien lo señala el destacado periodista español Iñaki Gabilondo, Trump es
solo el síntoma y este no debe confundirse con la enfermedad, la cual se
encuentra en el trasfondo de este acontecimiento.
Lo primero que se debe
tener presente es que no es esta una situación única o aislada, todo lo contrario,
parece enmarcarse en una tendencia presente en varias de las democracias
occidentales agobiadas por el descontento de la ciudadanía, el deterioro
sufrido por los partidos políticos, la corrupción desbocada y la aversión a la
política tradicional y a los políticos de viejo cuño, enquistados en el sistema:
el establishment político.
Hoy son evidentes las
consecuencias ocasionadas por las uniformes políticas económicas adoptadas desde
hace ya varias décadas, unidas a la reducción drástica de algunos de los
componentes básicos del sistema de bienestar, en el marco de las denominadas
medidas de austeridad. La sociedad del bienestar fue construida en un mundo
bipolar, a contrapelo de quienes colocaron siempre sus intereses particulares
por encima del bienestar general. En la actualidad, en un mundo global y
multipolar, son estos los portadores del pensamiento y el poder político, el
cual se encuentra dominado por un sincretismo ideológico y programático tenazmente
organizado y preservado. El panorama presente en muchas de las democracias
occidentales es el de una ciudadanía colmada de desesperanza, incertidumbre, desconfianza
y enojo.
El desempleo y la
precariedad laboral reinantes por doquier, la ausencia de oportunidades
enfrentadas por grandes grupos de jóvenes, con independencia de sus niveles de
formación, la reducción de los programas institucionales y las dificultades de
acceso a la seguridad social, unidos a unas abismales y ofensivas desigualdades
sociales, alimentan el descontento y crean las condiciones para la búsqueda de
otros rumbos, aunque sean estos más inciertos que los seguidos en la actualidad.
Inglaterra, España,
Grecia, Italia, Francia y ahora Estados Unidos, entre las más notables, son
sociedades en las que movimientos y agrupaciones anti establishment, de muy
distintos signos ideológicos, han logrado significativos avances, canalizando
el reclamo y el enfado ciudadano hacia sus posiciones, obteniendo triunfos
electorales en el ámbito parlamentario, nacional, regional o local.
La insistencia de las
élites por mantener el rumbo, sin reparar en sus efectos negativos y en las
cada vez más evidentes reacciones ciudadanas, continuará generando
inestabilidad y creando el caldo de cultivo en el que crecerán los
descontentos, florecerán los populismos y germinarán otras posiciones políticas
con sus llamados a modificar el rumbo.
No son nuevos las
apelaciones a introducir ajustes en un modelo que, como lo enseña la historia,
mientras engendre desigualdades, exclusión y desesperanzas conducirá por los
caminos menos esperados y deseados.
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