EN EL DÍA NACIONAL…
La celebración
de las fiestas patrias es un momento de gran trascendencia para la ciudadanía.
Diversos actos y símbolos generadores de identidad, abonan, en la dimensión espiritual,
a nuestra cohesión social y a nuestra identificación como nación democrática e
independiente. Como lo sabemos, la cohesión social también incluye, al menos,
las dimensiones económica, social y política para que sea tal.
Los marchas escolares
y colegiales, el recorrido de la antorcha de la independencia por todos los
rincones del país, los desfiles de faroles, plenos de entusiasmo entre la niñez
y sus familiares, el canto del himno nacional y de la patriótica costarricense,
entre otros eventos, reverdecen los sentimientos de pertenencia e identidad.
Cuando
observamos o somos partícipes de esta fiesta nacional, con emotivas expresiones
locales, recordamos las semillas esparcidas
en las escuelas por nuestras maestras y maestros, sembradores de los elementos
básicos que nos identifican como sociedad. La inmensa labor de los educadores y
las educadoras, llevada a cabo con tenacidad y en muchos casos con sacrificio, es
de reconocimiento obligado, con independencia de cuanto esfuerzo deba hacerse
por mejorar la calidad de la educación.
Hijo de una
maestra rural, viví muy de cerca la magnitud del trabajo desplegado por aquella
inteligente y humilde mujer, colocando toda su energía, sentimientos y
conocimientos en su tarea formativa, en la cual ponía ímpetu y amor. Siendo parte de una familia numerosa, recuerdo
hoy como entonces, cuanto nos gustaría a los hermanos y hermanas disfrutar de
un poco más de tiempo con nuestra mamá, pero entendíamos plenamente, por sus
claras explicaciones y el ejemplo de vida, su noble tarea. Aprendimos a
disfrutar con intensidad aquel tiempo que era posible compartir con ella, luego
de cumplir con su trabajo doméstico y las tareas escolares, gran parte de estas
ejecutadas en el hogar.
Por eso duele,
en un período en el cual la mediocracia se ha posado en nuestras principales
instituciones republicanas, los discursos vacíos y confrontativos pronunciados
por altas autoridades, en los cuales se llama vagabundos a quienes piensan
diferente o se insiste en colocar al Estado, sus instituciones y sus
funcionarios como el asiento de todos los males y de todas las faltas de virtud,
cosechando aplausos en un pequeño sector de la sociedad y vanagloriándose del
daño causado a muchos.
Hoy, lo políticamente
correcto es ejercer la crítica despiadada, sin importar si se cuenta con
evidencias, si la fuente son las ideas preconcebidas o si estas responden a posiciones
ideológicas o intereses muy particulares. Informes institucionales, medios, gacetilleros
y columnistas, ponen su acento en todo lo inicuo o pernicioso asentado en el
denominado sector público, donde pareciera no existir nada meritorio, ni digno
de preservar.
Hoy, por fin,
se desveló el contenido del cambio prometido por la agrupación que tanto lo
pregonó. Matricularse en el denominado “pensamiento único”, no por la ausencia
de pensamientos diversos, sino por ser el único al cual se dio carta de
legitimidad o de validez, pese a los rotundos fracasos repetidos una y otra vez,
en todos los ámbitos de la vida social, en muy diferentes latitudes, conducirá
a tiempos muy difíciles.
Es de esperar
que nuevas corrientes y actores permitan equilibrar la desnivelada correlación
de fuerzas instalada en el sistema institucional y el país retorne a la senda
de la cohesión y el bienestar social, fuente de sus principales fortalezas. Eso
nos permitiría seguir repitiendo con fervor el ¡vivan siempre el trabajo y la
paz!
