El día de hoy, 2 de octubre de 2013, el
Tribunal Supremo de Elecciones efectúa la convocatoria a las elecciones
nacionales para designar a quien ocupe la presidencia de la república y a los
integrantes de la Asamblea Legislativa, durante el período 2014-2018.
Este relevante momento para la vida
democrática de la nación, se presenta en un prolongado período durante el cual
el escepticismo y el enfado con los partidos políticos y los políticos se ha extendido
por los más diversos sectores de la sociedad. El manifiesto descontento público está haciendo mella, de forma
inconveniente, en el sistema político y en la confianza de la ciudadanía en
algunas de las instituciones básicas del secular régimen republicano
costarricense.
La participación en la vida política e
involucrarse en el debate público, son elementos sustanciales en el ejercicio
de la ciudadanía y en el funcionamiento de los sistemas democráticos.
Comprometerse en el desempeño de los cargos públicos y la disposición a
competir por acceder a ellos, en un
torneo llevado a cabo bajo reglas claras, aceptadas por todos, es una tarea loable,
pero cada vez más embrollada.
Para cumplir con el oficio del político se
requiere de contar con capacidades muy particulares o responder con entusiasmo a
los intereses más nobles -¡aunque con alguna frecuencia, asimismo, a los más
deleznables!-, por cuya consecución se está dispuesto a someterse al escrutinio
público, sacrificando su vida privada y arriesgando sus bienes o su prestigio. Se requiere además,
como alguna vez lo apuntara Max Weber, pasión para exponer y defender sus ideas
y sus proposiciones. ¡Un político sin este atributo, difícilmente conseguirá el
apoyo de los electores, ni será capaz de impulsar los pequeños y grandes
proyectos, necesarios para retomar el camino!
Algunas circunstancias han enrarecido el
clima político, gestándose una suerte de apatía colectiva, dañina y
contraproducente para el bienestar de la comunidad nacional. Lo deseable para
la democracia es la convocatoria a la ciudadanía, dispuesta a dirimir, en la
disputa electoral, el rumbo que habrá de seguir el país y las soluciones a
emprender en respuesta a los múltiples problemas que le aquejan y a las causas
con las cuales se origina el propio malestar ciudadano.
La aparente lejanía de las agrupaciones partidarias,
en relación con las necesidades, demandas y aspiraciones de la mayoría de los
habitantes, sumada a frecuentes e intolerables
escándalos de corrupción, divulgados con insistencia por los diversos medios de
comunicación y multiplicados por las redes sociales, así como el empleo de un
“sospechímetro”, aplicado a diestra y siniestra a cualquier persona destacada o
dispuesta a comprometerse con el cumplimiento de una función pública,
contribuyen a enturbiar el panorama político.
Se destaca en esta situación, la creciente insatisfacción
con el funcionamiento del “primer poder de la república”, escenario en el cual
los partidos políticos, por medio de sus representantes, ponen de manifiesto
sus propuestas y su capacidad de negociación y de respuesta ante los grandes
desafíos enfrentados por la nación o la ausencia de esos talantes, reclamados
por la sociedad.
La discrepancia -algunas veces latente, otras
abierta y explícita-, en relación con el modelo de crecimiento económico
adoptado desde la década de los años 80, cuyas consecuencias en cuanto a la
diversificación en la estructura productiva, el incremento en las exportaciones
y la atracción de inversiones, han sido notables. Pero no lo ha sido así en
cuanto al debilitado sistema institucional y de manera especial en cuanto a la
incapacidad de promover la integración y la cohesión social, generando
significativas disparidades en el bienestar de las familias y significativas
brechas entre los diversos estratos sociales y, como lo muestran los recién
publicados índices de desarrollo social, entre las diferentes regiones del
país.
El aumento de las desigualdades y la
persistencia de numerosas familias viviendo en exclusión social, así como el
deterioro de servicios básicos de protección social con los cuales han contado
los habitantes del país, son una fuente de descontento e inestabilidad. Esto
suma a la crispación política y al descontento
ciudadano.
La convocatoria a las elecciones se presenta
en un momento en el cual muchos ciudadanos esperan sopesar las propuestas
ofrecidas por los candidatos, ante sus principales inquietudes. Pero un revelador
porcentaje de votantes, pareciera se están inclinando hacia la abstención. El
aumento de la ausencia a las urnas no solo significaría ahondar el
debilitamiento de nuestra alicaída democracia, sino que también, aunque para
algunos resulte paradójico, favorece a quienes encabezan las encuestas. Un alto
abstencionismo beneficia a quien se encuentra más cerca del pretendido 40 por
ciento. Las pasadas elecciones de alcaldes, mostraron las ventajas obtenidos
por el partido con una estructura más sólida y una mayor organización, como
resultado de la ausencia de votantes en las urnas electorales.
¡Los electores tienen en sus manos la
decisión y deberán tener claro que con su abstención también están eligiendo!¡Acudir
a las mesas de votación es una manera de fortalecer nuestra democracia y de
ejercitar el derecho ciudadano a escoger a los gobernantes!¡Las urnas nos dan
la oportunidad de encauzar el malestar y nuestras aspiraciones ciudadanas!
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