En
medio de una gran expectación, los costarricenses escuchamos el anunciado informe
sobre los primeros 100 días de la actual gestión gubernamental. El acto político
reunió a muy diversos sectores, convocados a formar parte del esperanzador acontecimiento,
sin precedentes en la vida política del país. Buena parte de los espectadores
contemplamos el solemne escenario y seguimos con atención las palabras del mandatario,
esperando encontrar en su mensaje las principales acciones emprendidas durante el corto
tiempo en el cargo para el cual lo elegimos los costarricenses y, sobre todo,
el señalamiento de los lineamientos con los cuales tratará de marcar el rumbo
del país durante su administración. Ese momento sellaría el paso del exitoso candidato
elegido con el beneplácito de una lujosa mayoría, al estadista capaz de conducir
la nación en el esfuerzo por superar los grandes desafíos enfrentados para
retomar el derrotero del crecimiento económico, la equidad y la inclusión
social, tal y como lo propuso a lo largo del torneo electoral.
Señalar
el camino a seguir en el período durante el cual se gobernará y compartir los
focos estratégicos hacia los cuales apunta su gestión, es un hecho de un indiscutible
carácter político, imposible de equiparar con un evento técnico o de traspasar a
un plan de desarrollo. Comunicar con
claridad las grandes metas gubernamentales, puede ser el mecanismo más
apropiado para invitar a la ciudadanía, sin exclusiones de ningún tipo, a incorporarse
a su consecución, desde la
posición en la cual se encuentre cada uno. Para la aceptación de este convite, resulta
indispensable salvaguardar la disposición a darle a cualesquiera de las
frecuentes comparecencias presidenciales o a las críticas observaciones
opositoras, el carácter de actos políticos de altura, episodios Políticos, así
con P mayúscula, como anhelaba Rodrigo Facio fuera la vida universitaria, alejada
de las “bajezas” y las “invectivas” reinantes hasta ahora en la vida política
del país, para hacer florecer el ambiente positivo requerido en el avance por
una nueva senda.
El
esclarecimiento del camino a seguir es esencial para comprender la naturaleza del pregonado
cambio, con insistencia presente en el discurso electoral y ahora presidencial,
sin ahondar aún en su contenido y sus alcances. ¿Se trata, como lo afirman
algunos, de un cambio en el modelo de desenvolvimiento económico? ¿Consiste
este en colocar en un lugar destacado en la agenda gubernamental el estímulo a
la producción nacional, como una forma de generar empleo y de distribuir los
beneficios del crecimiento económico?¿Continuará ocupando en el conjunto de sus
propuestas un lugar preferente la diversificación y el estímulo a las
exportaciones y la atracción de inversiones?¿Conduce este cambio a restaurar el
equilibrio entre el Estado y el mercado, tiempo después de instaurada la
sociedad mercadocéntrica?¿Se limita el cambio a tratar de poner en práctica una
“nueva forma de gobernar”, transparente y blindada ante la corrupción?¿Se busca, como parte del cambio, revitalizar el
Estado, luego de satanizarlo, colocándole como el asiento de todos los males?¿El
camino es el de la machacada austeridad, con sus nocivas consecuencias en el
crecimiento de la economía y el empleo o la multiplicación de las inversiones y
el estímulo a las alianzas público-privadas para reactivar el desarrollo?¿Forma
parte de esta mutación la arremetida contra las rentas medias, impulsadas por los
ministerios de Hacienda y Trabajo, dejando de lado a las rentas más elevadas?¿Cuál
es el cambio al que se nos invita a sumarnos a los ciudadanos y a las ciudadanas
de esta nación?
Resulta
difícil concebir la persistencia de aquel viejo pensamiento, según el cual “entre
peor, mejor”. Entre peor le vaya al presidente y a su administración, mejor
para mis intereses políticos o mayores réditos para mis aspiraciones
particulares. Así como también resulta equivocado aquel remoto cálculo político
de tratar de destruir al adversario, sin reparar en el medio, para luego
convocarlo a dialogar o negociar.
En
la cultura política costarricense no han ocupado un lugar preponderante ni el
diálogo social ni la negociación política abierta, entre fuerzas antagónicas. En
las condiciones actuales del sistema político costarricense, fraccionado en
múltiples intereses y corrientes políticas e ideológicas, resulta ineludible la
búsqueda de acuerdos, aunque solo sea para la elaboración de una agenda compartida
por quienes estén dispuestos a lograr consensos, sin renunciar a los disensos, por
una democracia y un país merecedor de los mejores arrestos de su ciudadanía.
Rescatar
del discurso presidencial su llamado a un diálogo con los partidos políticos,
en cuanto exista buena voluntad en todas las partes, puede traducirse en un
provechoso fruto de una novedosa comparecencia y un controvertido mensaje, a
cien días del inicio de este nuevo período en la vida política nacional.
Colocar en la agenda de este diálogo el llamado, surgido de la oposición, a
convocar a un proceso de concertación, reafirmaría el ánimo de unir las
energías de la nación, en la búsqueda de un acuerdo por la democracia y el
bienestar.
