Un gran revuelo ha
causado en el país la encuesta elaborada por la empresa UNIMER, para el
periódico La Nación, divulgada el último domingo de noviembre por ese medio de
comunicación. La para muchos sorpresiva aparición del candidato de izquierda,
perteneciente al Frente Amplio, José María Villalta, en el primer lugar en las
intenciones de voto de los electores decididos a emitir su sufragio, así como
la ubicación en una segunda posición del aspirante oficialista del Partido
Liberación Nacional, Johnny Araya, con un porcentaje similar al del libertario
Otto Guevara, calentó una campaña en la cual la indefinición y la apatía de un
significativo porcentaje de los votantes, es la tonalidad preponderante.
En un proceso electoral
caracterizado por la intensa volatilidad en las intenciones de voto –el
candidato Araya, por largos meses a la cabeza en los resultados de las
encuestas, en un corto período de seis meses pasó de un 38 porciento de las
preferencias a tan solo un 19 por ciento-, resulta muy difícil distinguir con
claridad una tendencia, aunque si se percibe un constante incremento en las
intenciones de voto por los opositores Villalta y Guevara y, en menor medida, por Luis Guillermo Solís, candidato del Partido Acción Ciudadana (PAC).
Un mal manejo del
proceso o de la estrategia seguida por los equipos de campaña, errores
llamativos de los candidatos, un buen uso del arsenal con el cual se dispone
para resaltar las debilidades de los contrincantes, la comunicación correcta de
sus ideas y propuestas en los debates, encuentros o visitas a las comunidades,
así como las acciones y medidas gubernamentales repudiadas por la ciudadanía,
son algunos de los acontecimientos o herramientas cuya presencia o buen uso pueden
incidir en la modificación de las posiciones de una enfadada y sensible
ciudadanía.
La encuesta de marras,
sin embargo, ha despertado viejos temores, estereotipos y prejuicios en grupos
interesados o en otros poco informados, susceptibles de amedrentar con los
viejos fantasmas redivivos de la anacrónica guerra fría. ¡Lejos de preguntarse
sobre los motivos por los cuales un significativo grupo de electores, sobre
todo los jóvenes, expresan una posición favorable a su para ellos indeseada
posición, empiezan a repiquetear tambores de guerra y a blandir espadas ante
una realidad incómoda e insospechada! A partir de las percepciones y opiniones
expresadas por los electores, en un momento determinado, sujeto a
modificaciones en otras circunstancias, exclaman, ¡será posible que a nuestra
apacible y conservadora Costa Rica la llegue a gobernar el comunismo1¡Será
posible tener de inquilino en Zapote a un “chancletudo”![1]
Un llamativo titular de un medio de comunicación electrónica
motivó estas cortas reflexiones compartidas con ustedes. Titula su nota el
medio virtual de la siguiente manera: “La amenaza de la
izquierda política en Costa Rica. Empresarios se preocupan por el aumento en la intención de voto
de José María Villalta, candidato presidencial del Frente Amplio en Costa Rica”. El titular es muy
claro y sin duda habla por si mismo, ¡cómo debe hacerlo un buen titular! Las
opiniones recogidas por el estudio de opinión no parecen ser el resultado del
libre juego democrático, sino la expresión de la amenaza de una izquierda con
un candidato colocado a la delantera en las intenciones de voto de los ingenuos
o desinformados electores. Esta, no cabe duda, será la tónica durante la recta
final de la campaña, con un punto de quiebre en el momento en el cual salen a
la luz los resultados de esta encuesta de UNIMER.
Pero, ¿será este académico despistado, dispuesto a
compartir estas nocturnas anotaciones con ustedes, el ingenuo y desinformado?
Posiblemente eso es lo que me provoca formularme algunas preguntas:
¿Qué ha pasado en Brasil con el triunfo electoral de
los izquierdistas Lula y Dilma?¿Se han sentido amenazados los empresarios y
otros grupos acomodados de la sociedad brasileña?¿No fue Lula la punta de lanza
para ampliar la penetración de las empresas brasileñas en los mercados
internacionales?
¿Qué ha pasado en Uruguay con los reiterados
triunfos electorales del izquierdista Frente Amplio y de sus candidatos presidenciales
Tabaré Vázquez y José Mujica?
¿Qué pasó en El Salvador con el triunfo electoral
del FMLN, partido originado en una fuerza guerrillera a punto de concluir su
gestión presidencial y compitiendo de nuevo en las justas electorales en ese
país?
¿Cómo explicar la participación del Partido
Comunista de Chile en la Nueva Mayoría encabezada por Bachelet y la elección de
algunas de las militantes del PCCh, líderes en las movilizaciones estudiantiles,
en cargos legislativos en las reciente primera vuelta del torneo electoral en
esa nación?¿Cómo valorar la fresca firma de un acuerdo entre Bachelet y la
Central Única de Trabajadores (CUT), principal central sindical chilena, a las
puertas de la segunda vuelta en esas elecciones?
¿No tienen un impacto negativo en la estabilidad y
el “clima de negocios” en estos países las desigualdades y la exclusión social
sufrida por numerosas familias latinoamericanas?
No son la exclusión social,
la falta de empleo y de oportunidades, generadoras de violencia e inseguridad,
notables amenazas a un ambiente favorable a la actividad empresarial?
¿No tendrán efectos más nocivos en el desarrollo de las
actividades productivas las constantes movilizaciones y protestas llevadas a
cabo por diversos grupos sociales por dejar patentes sus demandas y
aspiraciones?
¿No tienen consecuencias más notables los extendidos
casos de corrupción y la ausencia de mecanismos eficaces de participación
ciudadana?
Aunque no se compartan sus pensamientos, sus
medidas o sus formas de actuar, la
realidad muestra a unas izquierdas en América Latina siguiendo diversos caminos
y promoviendo proyectos de sociedad orientados hacia una mayor distribución de
los beneficios del crecimiento económico y a promover la equidad y la inclusión
social, en un marco democrático. Buena prueba de ellos es la disminución
sostenida en las desigualdades sociales y el mejoramiento en los índices de
desarrollo social. Volver la mirada de manera exclusiva a la compleja y
atribulada Venezuela y a su modelo autoritario y revolotear el trapo rojo del
chavismo, convertido en el símbolo con el cual se trata de identificar a las
opciones políticas emergentes en la región, en repuesta al agotamiento de los
proyectos tradicionales, no es una cándida acción ni un bien intencionado
ejercicio.
Algo ha ocurrido en América Latina y nuestros dirigentes
no han logrado percibir a cabalidad esa nueva realidad social, cultural y
política. El comportamiento de los electores está condicionado por el malestar con
los partidos políticos, los políticos tradicionales y con instituciones básicas
en el funcionamiento de la sociedad. El sentimiento de abandono por parte de un
sistema al cual le han brindado lealtad, la percepción según la cual los
beneficios del crecimiento económico se han concentrado en una pequeña parte de
la sociedad y se han dejado de lado las demandas y necesidades de los grupos
mayoritarios, la visión de una sociedad escindida entre un mundo lleno de
limitaciones y otro mundo pleno de privilegios, inaccesible a la mayor parte de
los grupos sociales, así como la constatación del deterioro en servicios
esenciales tales como la salud y la educación, de ausencia de transparencia en
la acción gubernamental, las insuficientes medidas adoptadas ante los temas
ambientales y aquellos relacionadas con los derechos de sectores diversos de la
sociedad, unido a nuevas generaciones desapegadas de las afiliaciones partidarias,
en búsqueda de nuevas opciones, liderazgos y pensamientos renovados, son
algunos de los fenómenos más generales con una clara expresión particular en el
torneo electoral que culminará, posiblemente en una segunda vuelta, en los
primeros meses del año 2014.
Con independencia del desenlace final de estas
elecciones, impredecibles en este momento, lo cierto es que Costa Rica está
cambiando. Esto se constata no por el resultado de una encuesta cuyos
resultados pueden modificarse abruptamente en una nueva consulta, sino por
múltiples fenómenos entre los cuales sobresale una polarización social no
resuelta. Comprender esas mutaciones será muy relevante para las restantes
semanas del torneo electoral, pero sobre todo para orientar la futura gestión
gubernamental y para retomar el rumbo hacia la inclusión social en nuestra
nación.
[1] Término despectivo
utilizado en Costa Rica para calificar a las personas de izquierdas, derivado
de un tipo de zapato denominado en el país como “chancleta”, en referencia a la
frecuente participación en marchas y movilizaciones en las cuales se les da un
intenso uso a los zapatos.


