Mi caminata diaria se traslada, en estos
días de vacaciones veraniegas, de las horas tempranas de la mañana, al momento
en el cual el sol calienta bastante más. A cualquier hora que sea, el recorrido
por las diversas vías heredianas, muy transitadas unas y apacibles las otras, con el debido cuidado de
no hacerlo por media calle, resulta muy agradable. Por razones puramente de
distracción, con frecuencia varío las rutas, pasando por barrios y caseríos
ubicados a diez kilómetros a la redonda desde mi casa.
En una de esas andadas pensaba en la
conversación telefónica con una periodista francesa, interesada en los temas de
la seguridad en nuestro país y en su insistencia en saber sobre cuáles eran los
barrios o sitios en donde existe un riesgo inminente al ingresar a ellos, así
como sobre la disposición de la ciudadanía costarricense a restablecer el
ejército, como un mecanismo para combatir el narcotráfico y las otras formas de
criminalidad extendidas por el país. ¿No
es así como lo ha hecho el gobierno mexicano y sus homólogos en algunos de los
otros países centroamericanos? ¿No es con el ejército en las calles como tratan
de controlar los territorios alejados de la soberanía estatal y de detener el inaudito
crecimiento de la delincuencia? ¿No ha sido la ineficaz “mano dura” o la “supe
mano dura “, las medidas a las que se ha recurrido, con el apoyo de las tropas,
para tratar de superar las blandas políticas precedentes?
La reflexión me llevó a pensar, de
inmediato, en la realidad seleccionada por la televisión, y algunos otros
medios de comunicación, para su transmisión hasta los consumidores de noticias,
ubicados en un mercado cada vez más global, evidentemente concentrada en hacer
de la criminalidad, la acción policial y la labor de la justicia, con
frecuencia puesta en tela de duda, el elemento central de nuestra vida
cotidiana, ¡el pan nuestro de cada día!
Recordé entonces la pregunta
formulada por la periodista y socióloga
catalana Margarita Rivière, en su brillante escrito titulado “La fama”: “¿En qué medida
los medios reflejan la realidad, o bien la recrean -ejerciendo un proceso de
selección complejo, a camino entre lo normativo y lo arbitrario- o la inventan
de acuerdo con sus intereses, fantasías y delirios?”.
El delirio por el rating, unido
a una supuesta preferencia del consumidor por este tipo de información, se
convierte en el principal justificativo de su selección. El asunto, al fin de
cuentas, es pura y simplemente de rentabilidad.
La publicación de los datos según los cuales ha disminuido el robo de
vehículos y de viviendas, así como la reducción en los casos de agresión con
arma blanca, es descartada como contenido mediático de relevancia. La “guerra”
entre los policías y los delincuentes, así como las víctimas de esta situación,
son la realidad escogida para divulgar entre una ciudadanía demandante de mayor
seguridad. Esta realidad se convierte en
el caldo de cultivo para el florecimiento de los discursos populistas de “mano
dura”, con un espacio preferente en algunos medios.
¿Cuántos elementos positivos de nuestra vida cotidiana y de la rica
realidad social del país son constantemente desechados en el complejo proceso
de construcción de la realidad mediática?¿Cuántas virtudes y logros existentes
en las múltiples dimensiones de nuestra cotidianidad no se encuentran en
correspondencia con los “intereses, fantasías y delirios” de quienes elaboran o
seleccionan los contenidos que tratan de hacernos consumir ciertos medios?¿Cuánto
del malestar ciudadano es el resultado del rechazo a identificarse con una
sociedad plagada de defectos y privada de enterezas, como lo muestran
diariamente diferentes medios?
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