lunes, 27 de octubre de 2014
sábado, 18 de octubre de 2014
EL ESTADO: ASIENTO DE TODOS LOS MALES...
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| http://david-davidovich.blogspot.com/2011/11/el-estado-minimo-nozick.html |
Estas
medidas, nunca del todo ausentes, regresan de manera inevitable a
nuestra memoria al mirar las políticas de austeridad que, como un fantasma,
recorren hoy Europa y otras naciones. En
la nuestra se asoman, en forma recurrente, con frecuencia animadas por los ejemplos
tomados de esas otras realidades o de los persistentes pensamientos de los
actores en los cuales se sustenta el proyecto mercado-céntrico.
Los impactos de las profundas reformas
del Estado, aplicadas en el marco del ajuste, tenían el propósito de “encoger”
el Estado, según lo calificó Oszlack. Segmentos enteros de éste fueron
trasladados al sector privado -medidas con las cuales se crean o se multiplican
cuantiosos capitales-, algunas funciones estatales se trasladan a los gobiernos
sub-nacionales y varias dependencias se mantienen, pero cumpliendo sus
funciones en franco deterioro, producto de las agresivas políticas de movilidad
laboral y de las drásticas reducciones en el gasto público, adoptadas con el anunciado
objetivo de alcanzar el equilibrio macroeconómico. Reforma del Estado, en ese
período, es sinónimo de achicamiento de su tamaño y disminución de sus
funciones: el objetivo es implantar el soñado Estado mínimo.
Los cambios se efectúan en medio de un
clima político-ideológico y de generación de opiniones, con un acusado papel
de los medios de comunicación, en el cual el Estado se coloca como el asiento
de todos los males vividos por la sociedad. La eliminación de la sociedad Estado-céntrica, con sus virtudes y sus
defectos, y la transición a la sociedad mercado-céntrica,
proclamada como el inevitable e ideal futuro, se produce, de manera más o menos
radical, aquí y allá: era la época del pensamiento y el modelo únicos.
En la actualidad, varias naciones tratan
de recuperar algunas de las funciones reguladoras, distributivas y de garante
de los derechos de ciudadanía por parte del Estado, sin pretender la vuelta al
estadocentrismo del pasado, sino creando, más bien, las condiciones requeridas para avanzar hacia
una sociedad ciudadano-céntrica, en
cuyo avance se revitaliza el Estado y el mercado cumple con un destacado papel,
pero se coloca a la ciudadanía en el centro del proceso de desarrollo.
Lo ocurrido en Costa Rica durante este
período, presenta características diferentes, en algunos aspectos, en relación
con la situación de otros países. Si bien los aires aperturistas soplan fuerte
por estos lares y el pensamiento y las políticas de este tipo se enraizaron en
esta sociedad, es importante hacer, en algún momento, un análisis comparativo
sobre la profundización alcanzada por las reformas económicas y políticas en
diversas sociedades latinoamericanas.
En los países centroamericanos, y en la
mayor parte de los sudamericanos, por ejemplo, les resulta incomprensible la
conservación en Costa Rica de una suerte de propiedad mixta de las empresas en
sectores privatizados en aquellas otras naciones con la primera generación de
reformas del Estado: banca, telefonía, producción y distribución eléctrica,
seguros, pensiones…en nuestro caso, se mantienen las inversiones públicas en
esos sectores y ¡hasta la producción de aguardiente continúa en manos del
Estado!.
En las otras naciones predominó la
privatización indiscriminada por la vía de la venta de empresas estatales -en
muchas ocasiones a precios ridículos-, o el traslado de funciones públicas al
sector privado. La subordinación de lo público por el mercado alcanzó, en estos
casos, ribetes dramáticos. En Costa Rica, la vía adoptada fue la de la apertura:
se abrió la competencia entre las empresas públicas y las privadas,
posiblemente para algunos con la oculta esperanza de que las dadas por seguras
ineficiencias estatales y las supuestas superiores condiciones de las empresas
transnacionales conducirían, a cierto plazo, a la salida de las primeras del
mercado.
Estas disimilitudes, fáciles de
distinguir sin pasar de la superficie de estos procesos, encuentran en la porfía
asumida en distintos momentos por la ciudadanía, un ineludible factor
explicativo. La reiterada oposición a las reformas de este corte, su
movilización e impedir que por medio de las urnas electorales los grupos anti
estatales obtengan los sufragios suficientes para imponer sus proyectos, han
sido situaciones esenciales en la definición del rumbo seguido por esta
sociedad. Aunque los expertos siguen insistiendo en la “baja cultura política”
del costarricense, algo deja en las mentes y la conciencia de un pueblo su
secular vida democrática y por lo menos un desarrollado “olfato político” les
acompaña en los senderos recorridos por su vida política.
La constatación de estas diferencias no
menores en el camino aperturista seguido en las diferentes naciones, encuentra,
eso sí, un elemento común en la arremetida contra los presupuestos públicos, la
reducción drástica de las inversiones y el desmantelamiento o el deterioro de
servicios esenciales prestados por el Estado.
El cierre o “cuasi cierre” de
instituciones –recordamos hoy lo ocurrido con el Banco Anglo, INCOFER, el CNP y
el IFAM, entre otras-, la movilidad laboral, el impedimento de sustituir al
personal jubilado, el congelamiento de las plazas y los presupuestos, aplicados
con algunas excepciones, condujeron a situaciones en las cuales un porcentaje
muy elevado de los recursos recibidos por estas dependencias se dedicaran al
pago de los salarios, con ausencia de financiamiento para cumplir eficazmente
con los objetivos institucionales y ejecutar las tareas correspondientes con la misión institucional.
De igual manera, se redujeron, en forma sensible, las inversiones públicas, con
los consecuentes rezagos en la infraestructura y sus negativas consecuencias
para el desarrollo económico, social y ambiental de la sociedad costarricense.
Bajo estas condiciones, se cumple la
profecía: el Estado con insuficientes recursos y con sus capacidades disminuidas,
reduce también sus capacidades y le resulta muy difícil atender a las
crecientes demandas originadas en la sociedad, muchas de ellas provenientes de
los sectores desprotegidos al modificarse las políticas y deteriorarse el
sistema institucional. Se le pide eficacia a un Estado al cual se le estrechan
sus recursos y se le disminuyen sus facultades. ¡El Estado continúa siendo el
asiento de todos los males!
El mayor deterioro se presenta en el
ámbito del Gobierno Central, mientras por otro lado crece una maraña de
instituciones, con altos niveles de autonomía, con presupuestos y condiciones de contratación y
remuneración dispares entre ellas y, en forma categórica, en relación a lo
ocurrido en las dependencias centralizadas. Esa es la realidad actual de buena
parte de las entidades y el conjunto del sector público en el país, con
modalidades heterogéneas de empleo y con recursos desiguales para cumplir con
su misión.
Las arremetidas anti estatales son
habituales y hacen su aparición, con periodicidad amparadas en llamativos
“apoyos” externos, en aquellos momentos en los cuales se dictamina la
existencia de un decretado por alguien “inmanejable déficit fiscal”. Surge de
nuevo la reiterada y desacertada ficción según la cual la nación es como una
familia y no puede gastar más del monto total de sus ingresos. En primer lugar,
desde luego, habría de preguntarse de qué clase de familia estamos hablando, pues
un buen número de ellas no logra obtener los ingresos necesarios para la
subsistencia de sus miembros. ¿Será con una de estas numerosas familias con las
cuales hacemos la comparación?
En segundo lugar la descabellada analogía
deja de lado la capacidad con la que cuenta el Estado para generar ingresos
adicionales con el propósito de atender las demandas de diversa índole surgidas
en la sociedad, mediante la aplicación de las potestades fiscales con las
cuales cuenta o del manejo de las medidas e instrumentos por medio de las
cuales se reduzcan las colosales evasiones proclamadas por las propias
autoridades gubernamentales. No es lo más eficaz, ni sensato, tratar de racionalizar
el gasto y las inversiones públicas aplicando recortes generales, sin responder
a determinadas prioridades u objetivos estratégicos originados en un explícito
proyecto político al cual se adhiera la mayoría de la ciudadanía.
Mucho más sencillo les resulta, aunque
evidentemente también más incoherente, recortar el gasto público o embestir
contra las rentas medias, medidas con las cuales se gana el favor de los
medios, el reconocimiento de las visiones cortoplacistas y el aplauso de
aquellos intereses que encuentran, en estas decisiones, una forma de retraer
cualquier intento de reforma fiscal con la cual quién quita y se afecten a las
rentas altas.
En el centro de la discusión política en
el país sigue estando, aunque sea de manera soterrada, la puja por el modelo de
desarrollo con el cual emprenderá la sociedad costarricense el camino al
futuro. Algunos personajes, a los cuales
la ciudadanía costarricenses de manera reiterada les ha dicho no a sus
pretensiones de gobernar el país, por sus propuestas radicales de austeridad y
de claro corte anti estatal, encuentran espacios para promover, a contrapelo de
lo decidido cuando corresponde por la ciudadanía, un nuevo e indiscriminado ataque
a los presupuestos públicos, con todas las consecuencias que esto a la larga
traerá en el menoscabado bienestar de la población, en el funcionamiento del
maltrecho Estado costarricense y en el accionar de las instituciones
democráticas.
domingo, 31 de agosto de 2014
DURANTE LOS RESTANTES 1360 DÍAS, ¿QUÉ?...
En
medio de una gran expectación, los costarricenses escuchamos el anunciado informe
sobre los primeros 100 días de la actual gestión gubernamental. El acto político
reunió a muy diversos sectores, convocados a formar parte del esperanzador acontecimiento,
sin precedentes en la vida política del país. Buena parte de los espectadores
contemplamos el solemne escenario y seguimos con atención las palabras del mandatario,
esperando encontrar en su mensaje las principales acciones emprendidas durante el corto
tiempo en el cargo para el cual lo elegimos los costarricenses y, sobre todo,
el señalamiento de los lineamientos con los cuales tratará de marcar el rumbo
del país durante su administración. Ese momento sellaría el paso del exitoso candidato
elegido con el beneplácito de una lujosa mayoría, al estadista capaz de conducir
la nación en el esfuerzo por superar los grandes desafíos enfrentados para
retomar el derrotero del crecimiento económico, la equidad y la inclusión
social, tal y como lo propuso a lo largo del torneo electoral.
Señalar
el camino a seguir en el período durante el cual se gobernará y compartir los
focos estratégicos hacia los cuales apunta su gestión, es un hecho de un indiscutible
carácter político, imposible de equiparar con un evento técnico o de traspasar a
un plan de desarrollo. Comunicar con
claridad las grandes metas gubernamentales, puede ser el mecanismo más
apropiado para invitar a la ciudadanía, sin exclusiones de ningún tipo, a incorporarse
a su consecución, desde la
posición en la cual se encuentre cada uno. Para la aceptación de este convite, resulta
indispensable salvaguardar la disposición a darle a cualesquiera de las
frecuentes comparecencias presidenciales o a las críticas observaciones
opositoras, el carácter de actos políticos de altura, episodios Políticos, así
con P mayúscula, como anhelaba Rodrigo Facio fuera la vida universitaria, alejada
de las “bajezas” y las “invectivas” reinantes hasta ahora en la vida política
del país, para hacer florecer el ambiente positivo requerido en el avance por
una nueva senda.
El
esclarecimiento del camino a seguir es esencial para comprender la naturaleza del pregonado
cambio, con insistencia presente en el discurso electoral y ahora presidencial,
sin ahondar aún en su contenido y sus alcances. ¿Se trata, como lo afirman
algunos, de un cambio en el modelo de desenvolvimiento económico? ¿Consiste
este en colocar en un lugar destacado en la agenda gubernamental el estímulo a
la producción nacional, como una forma de generar empleo y de distribuir los
beneficios del crecimiento económico?¿Continuará ocupando en el conjunto de sus
propuestas un lugar preferente la diversificación y el estímulo a las
exportaciones y la atracción de inversiones?¿Conduce este cambio a restaurar el
equilibrio entre el Estado y el mercado, tiempo después de instaurada la
sociedad mercadocéntrica?¿Se limita el cambio a tratar de poner en práctica una
“nueva forma de gobernar”, transparente y blindada ante la corrupción?¿Se busca, como parte del cambio, revitalizar el
Estado, luego de satanizarlo, colocándole como el asiento de todos los males?¿El
camino es el de la machacada austeridad, con sus nocivas consecuencias en el
crecimiento de la economía y el empleo o la multiplicación de las inversiones y
el estímulo a las alianzas público-privadas para reactivar el desarrollo?¿Forma
parte de esta mutación la arremetida contra las rentas medias, impulsadas por los
ministerios de Hacienda y Trabajo, dejando de lado a las rentas más elevadas?¿Cuál
es el cambio al que se nos invita a sumarnos a los ciudadanos y a las ciudadanas
de esta nación?
Resulta
difícil concebir la persistencia de aquel viejo pensamiento, según el cual “entre
peor, mejor”. Entre peor le vaya al presidente y a su administración, mejor
para mis intereses políticos o mayores réditos para mis aspiraciones
particulares. Así como también resulta equivocado aquel remoto cálculo político
de tratar de destruir al adversario, sin reparar en el medio, para luego
convocarlo a dialogar o negociar.
En
la cultura política costarricense no han ocupado un lugar preponderante ni el
diálogo social ni la negociación política abierta, entre fuerzas antagónicas. En
las condiciones actuales del sistema político costarricense, fraccionado en
múltiples intereses y corrientes políticas e ideológicas, resulta ineludible la
búsqueda de acuerdos, aunque solo sea para la elaboración de una agenda compartida
por quienes estén dispuestos a lograr consensos, sin renunciar a los disensos, por
una democracia y un país merecedor de los mejores arrestos de su ciudadanía.
Rescatar
del discurso presidencial su llamado a un diálogo con los partidos políticos,
en cuanto exista buena voluntad en todas las partes, puede traducirse en un
provechoso fruto de una novedosa comparecencia y un controvertido mensaje, a
cien días del inicio de este nuevo período en la vida política nacional.
Colocar en la agenda de este diálogo el llamado, surgido de la oposición, a
convocar a un proceso de concertación, reafirmaría el ánimo de unir las
energías de la nación, en la búsqueda de un acuerdo por la democracia y el
bienestar.
lunes, 4 de agosto de 2014
99 DÍAS...
¿Por qué 100 y
no 99 o 101? El plazo podría resultar arbitrario en circunstancias tan distintas
a aquellas en las cuales tuvo su origen, aunque así ha sido adoptado en muy
diversas sociedades. Como sabemos, este período es una herencia histórica de la
política estadounidense, proveniente de las medidas de corto plazo (medidas de
choque), adoptadas por el Presidente Franklin D. Roosevelt en 1933 (primer New
Deal), para enfrentar la Gran Depresión sufrida en aquel tiempo por los Estados
Unidos. Su uso se generalizó por muy diversas sociedades democráticas, con el
aliento de los medios, y se ha tomado como un momento relevante para la
comunicación con la ciudadanía, después de concluido el acto electoral, en
especial para compartir los avatares de la transición entre dos gobiernos de
signos contrarios. En nuestro caso, del gobierno del primer partido ajeno al
por muchos años reinante bipartidismo.
Hace unos
cuantos días, recibíamos las noticias del informe sobre sus primeros cien días
de gobierno por parte de la presidente Bachelet, ¡algunos hasta se atrevieron a
señalar porcentajes de cumplimiento de sus promesas de campaña! Alabada por
diversos sectores, encuentra, por el contrario, en varios de sus críticos y en
la maltrecha oposición, calificaciones de intrascendentes o
de poco calado a las medidas tomadas en ese corto período.
La
valoración sobre los primeros 100 días de gestión adquiere importancia como un
hecho mediático, en el cual las nuevas autoridades gubernamentales ejecutan un
acto de comunicación política, destinado a intercambiar con la ciudadanía sobre
el estado en el cual encuentran el país y las decisiones de corto plazo tomadas
desde el inicio de su administración. Pero, sobre todo, para compartir las disposiciones políticas con las cuales se
marcará el rumbo de su cometido, las decisiones sustanciales a adoptar durante
el trecho restante a su recién iniciado mandato gubernamental.
Nadie, en su sano juicio, esperará que en 100 días se hayan
resuelto los grandes desafíos enfrentados por el país, pero si se espera una
clara manifestación en relación con las anunciadas “formas diferentes de hacer
gobierno”, las pautas seguidas para concretar el cambio anhelado por muchos y
la clara dirección de sus acciones futuras. Este es una demanda ciudadana de
gran relevancia y un elemento trascendente para vigorizar el liderazgo y
generar confianza entre quienes mantiene su distancia con los gobernantes, con
independencia de las tonalidades preponderantes en el ejercicio del poder.
Concentrarse en un número de mediadas estratégicas para
alcanzar los grandes objetivos de su gestión, sin abrir en demasía el abanico
de sus iniciativas, puede resultar una manera apropiada de comunicar sus
intenciones y de tratar de ganar respaldo en un medio receloso y severo con los
políticos, aunque en esta oportunidad prevalezca entre buena parte de ellos “el
beneficio de la duda”.
Lograr una correcta comunicación sobre el sentido de la
gestión, será fundamental para amortiguar las esperadas críticas, de diferente matiz,
cuyo origen, de modo indefectible, serán las dispersas tiendas opositoras,
ninguna de ellas dispuestas a sacrificar su actual o potencial caudal político,
de percibirse siendo partícipes o condescendientes con el actual gobierno.
Pareciera que, en la cultura política predominante en el país, coincidir o
reconocer logros al adversario político no es una práctica común. Así como el
diálogo y la negociación política encuentran pocos resquicios para generar
acuerdos y construir decisiones, a partir de pensamientos y enfoques plurales.
Los medio de comunicación, por su parte, colocados en
posiciones no siempre concordantes entre ellos, jugarán su papel y harán su
diligente tarea de búsqueda de los flancos débiles y de interpelación, en
consonancia con su entendimiento sobre el sentir ciudadano, a quienes les
corresponde rendir sus primeras cuentas.
El momento de los 100 días, considerados por algunos como un
período poco trascendental o como un indicador convencional, puede ser
entendido como un acontecimiento apreciable, en una sociedad necesitada de
encontrar el rumbo y de contar con los liderazgos capaces de cohesionar a una
ciudadanía inconforme y aún con la esperanza de que sea posible volver la hoja.
La comunicación política será la invitada de honor en este
acto cuya mayor o menor trascendencia dependerá de los actores políticos
encargados de su ejecución…
jueves, 1 de mayo de 2014
CAMBIO, ¿QUÉ CAMBIO?
Los votantes costarricenses se
inclinaron, en forma contundente, por un cambio. Sin embargo, revisando las
expresiones y publicaciones efectuadas por el heterogéneo grupo de electores
cuyos sufragios favorecieron a Luis Guillermo Solís, la aspiración de cambio,
como resulta comprensible, es entendida de muy diversas maneras.
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| http://juandomingofarnos.wordpress.com/2011/03/30/ |
Para muchos de ellos, el cambio
significaba evitar el continuismo, impedir a toda costa un nuevo gobierno del
PLN. Un buen sector de estos votantes estaría
conforme con solo la presencia en los cargos gubernamentales de integrantes provenientes
de otras tiendas y con poner un freno drástico a la corrupción.
Para otros, las expectativas van bastante más
allá, pues esperan una mayor eficiencia en la acción estatal, un gobierno con
liderazgo, promoviendo el disfrute de los derechos humanos, sin exclusiones de
ninguna naturaleza, actuando con mayor
transparencia y aplicando algunas rectificaciones en la orientación de las
políticas públicas.
Por último, se puede distinguir a otro
sector, no se sabe con cuanto nervio político y con cuanta expresión en el
resultado electoral, para el cual el
cambio significa propiciar una reorientación en
el modelo de desarrollo instaurado en el país en la década de los años
80, aunque podrían aceptar la aplicación gradual de una serie de medidas
orientadas en la dirección de superar el modelo en franco proceso de
agotamiento.
Con un presidente cauto, maduro y
negociador, como ha mostrado ser hasta el presente el presidente electo, es
posible que tengamos un poco de cada cosa, en un marco de mutación paulatina,
sin movimientos bruscos, teniendo presente la necesaria estabilidad en un
momento en el cual el medio externo no resulta muy favorable y las evidentes
vulnerabilidades, ocasionadas por el modelo de apertura económica, condicionan
las aspiraciones, avances y profundidad de los cambios. La gran interrogante,
en este sentido, es hasta dónde las copiosas expectativas de cambio le darán la
oportunidad de mostrar, con hechos, su determinación de cambio.
En un contexto político complejo el
calado de los cambios está limitado por las correlaciones de fuerzas
existentes, en primer lugar, en el espacio parlamentario, ámbito en el cual la multiplicidad de
partidos representados y la diversidad de posiciones ideológicas existentes,
colocan en un lugar preponderante a la negociación política. Pero, más allá de
esto, existen condicionamientos y oportunidades de cambio originadas en el
terreno de la sociedad civil, en el cual se mueven las organizaciones y
movimientos sociales y tienen su asiento algunos de los significativos poderes
fácticos, con un papel categórico en la orientación de las decisiones y las políticas
adoptados en los planos públicos.
Desde hace bastante tiempo las ciencias
sociales han dado cuenta de la existencia de grupos o sectores sociales sobre
representados en las esferas de poder del Estado. ¡La modificación de estas
asimetrías no se consigue de la noche a la mañana!
Con independencia de la presencia de estos
procesos, no cabe duda en cuanto al acaecimiento de una modificación no menor en
la vida política del país. Al observar la integración actual de la Asamblea Legislativa,
la posición asumida por un académico, con un claro pensamiento crítico, en la
presidencia del congreso, las alianzas establecidas para integrar el directorio
del primer poder de la república, así como la emergencia de una nueva
generación de políticos, con formas diferentes de actuación y el llamado al diálogo y la búsqueda de acuerdos,
parece evidente la aserción de un cambio.
Las expectaciones se mantendrán y la
orientación y hondura de las transformaciones se irán despejando y se concretarán
conforme avance el proceso político emprendido.
sábado, 19 de abril de 2014
“VOLVER A LAS RAÍCES…”
| http://trastillo.es/comunidades.php?comID=9 |
Uno de los principales mensajes enviado
a los electores por el Partido Liberación Nacional (PLN), durante la pasada
campaña electoral, apuntaba al compromiso de volver a sus raíces
socialdemócratas, aunque nunca se ahondó en el significado de aquel retorno,
ni se explicó el sentido de tal propuesta. Tratando de leer entre líneas
y de interpretar lo afirmado por algunos destacados miembros de esa agrupación
política, pareciera tratarse de darle un viraje a las posiciones en las cuales
se acomodaron hace unos cuantos decenios y en cuyos estrechos cauces se han
sentido muy a gusto otros de sus dirigentes y,
en parte, las coaliciones de poder, con intereses muy claros
y con una elocuente representación en el proyecto político y económico del
otrora partido socialdemócrata.
Esas posiciones, generadoras de un
áspero malestar ciudadano, con una constante presencia en la vida social y
política del país, con intermitentes expresiones de descontento, un día sí y
otro también, ante controversiales decisiones legislativas y gubernamentales, así como frente a las constantes denuncias de corrupción, encuentran su más abierta manifestación de oposición en el recién pasado torneo
electoral.
El contundente no al continuismo, dicho
de manera mayoritaria por la ciudadanía, mediante su voto, condujo a la peor
derrota sufrida por este grupo político desde su fundación, aderezada con el
insólito hecho del retiro de su candidato en plena segunda ronda electoral,
ante el desconcierto, en primer lugar de su militancia, así como de su
dirigencia y de todos los involucrados en la contienda electoral. La inusitada
noticia traspasó con rapidez las fronteras y fue material para los comentarios
políticos internacionales, hasta el final de la elección.
No se cuenta aún con una explicación
convincente sobre el inesperado retiro del aspirante presidencial
liberacionista, ni de su actuación, con la cual precipitó al abismo electoral a
su partido.
Dos preguntas quedan pendientes de
responder para quienes acometan la tarea de analizar con detenimiento lo
sucedido en este proceso eleccionario. Por una parte, ¿el freno al continuismo,
dictado por los votantes, fue el castigo ante unas reiteradas malas gestiones y la ausencia de transparencia
en la administración gubernamental del PLN o es también una muestra de desaliento
con la orientación de las políticas instauradas en el país desde los años 80?
Por otra parte, ¿Cuán profundos son los cambios experimentados por la sociedad
costarricense y por su sistema político y hasta donde les resulta posible a los
partidos más tradicionales renovarse o refundarse?
Hace diez años se publicó un trabajo
elaborado por el hoy presidente electo, Luis Guillermo Solís, y el politólogo Felipe Alpízar, sobre la crisis
enfrentada por el PLN luego de sufrir dos derrotas consecutivas (1998 y 2002) y
acerca del futuro de esa agrupación política. Señalan los autores lo siguiente:
“En el caso del PLN esta situación es todavía
más crítica pues no solamente está obligado a ganar las elecciones
presidenciales y aumentar su representación legislativa y municipal. También deberá simultáneamente, si quiere
preservarse como movimiento político de primer orden en el siglo XXI, emprender
su refundación y completarla. Hacer lo uno sin lo otro conllevaría, por un
lado, la posibilidad de que se ganen las elecciones pero se pierda el futuro; o
a que, en el caso contrario, se pierdan las elecciones y no haya futuro al cual
llegar con un partido transformado. El reto es por lo tanto doble y, también,
ineludible” (Solís y Alpízar, 2004:7) (Las negritas son mías).
Como lo sabemos ahora, se hizo lo
uno pero no lo otro, se ganaron las elecciones del 2006 y del 2010, sin
emprender la refundación y sin visos de tan siquiera proponérsela. Por el
contrario, los dos triunfos alcanzados reforzaron sus prácticas y se olvidaron
de la trasformación. ¿Se habrá perdido el
futuro, según lo vaticinaban Solís y Alpízar?
Mientras tanto, los electos como
diputados liberacionistas, de acuerdo a lo divulgado por los medios, parecen moverse
en el sentido opuesto a su propuesta de regreso a la socialdemocracia. Dicen
estar tratando de construir una alianza con las agrupaciones más conservadoras
representadas en el parlamento, con una manifiesta intención de acceder al
control del directorio legislativo y, de esa manera, generar un bloque opositor a la concreción
de los cambios propuestos por el candidato vencedor, con el respaldo mayoritario
de los electores. Con una actuación de tal naturaleza demuestran haber hecho
una mala lectura de los acontecimientos y del palmario mensaje enviado por la
ciudadanía, en este aleccionador proceso electoral del 2014.
viernes, 31 de enero de 2014
¡A VOTAR...!
Muy pocos días nos separan de un
significativo día para la vida política del país. La elección de nuestros
gobernantes, por medio del sufragio emitido por la ciudadanía, es la forma
mediante la cual se dilucida el camino por recorrer, en una sociedad cuya
determinación ha sido, durante un largo trecho de su existencia, la alternancia
en la conducción gubernamental y en la integración de su parlamento.
En
esta oportunidad, hay muchos motivos para sentir regocijo por la posible revitalización
de nuestra democracia y por el interés ciudadano de asistir a las urnas
electorales, con la convicción de contar con diversas opciones ideológicas y
programáticas, en un marco político alejado del sincretismo reinante durante los
últimos tres decenios. El inusitado interés generado por el torneo eleccionario
se debe, en gran medida, a esa posibilidad ofrecida de escoger, entre diversas
opciones viables, aquella más cercana a las aspiraciones y demandas de los
electores. Hasta el momento, es claro para la ciudadanía de que no todas las
propuestas, como solía ocurrir en el pasado,
son únicamente variaciones entre grupos de interés portadores del mismo
proyecto. En esta oportunidad sí hay diferencias y estas son substanciales.
Ese reverdecimiento de esperanzas e
iniciativas se da en medio de un proceso con elementos novedosos, entre los
cuales sobresale el indiscutible papel desempeñado por las redes sociales, como
uno de los mecanismos de comunicación política más sobresaliente, y un medio
por el cual la ciudadanía se tiende a apropiar del proceso electoral. Esta es
una manera de entender, entre otras cosas, cómo algún partido, con una muy
escasa publicidad en los medios convencionales de comunicación, puede estar
entre los punteros en cuanto a las intenciones de voto en diferentes encuestas
de opinión. Atrás quedan las formas tradicionales de hacer política y de
enfrentar las elecciones en la secular democracia costarricense. Las elecciones
son una clara manifestación del cambio en la realidad política del país y sobre
la relevante función de las tecnologías en las actuales interacciones sociales.
Estas modificaciones, como queda patente
en esta oportunidad, no han sido bien comprendidas por parte de todos los
participantes en la contienda electoral. El clima confuso, con inesperados
desaciertos y actitudes alejadas de una positiva convivencia democrática, por
parte de algunos actores relevantes, desconocedores, algunos de ellos, de los valores
más profundos en la cultura política costarricense -o dispuestos a recurrir a
cualquier artificio para defender sus, grandes o pequeños, intereses
particulares-; parecen responder al desconcierto provocado en ellos por esas insospechadas
situaciones surgidas en el proceso por concluir, en una primera ronda o en el
posible balotaje.
La turbación, además de tocar a la puerta de varias agrupaciones políticas,
llegó también a otros sectores, provocando su pérdida de la compostura.
Sobresale, entre estos, un medio de comunicación, el cual, más allá de su línea
editorial, emplea todos los recursos a su alcance para expresar su oposición,
en específico, a un partido político y a su candidato, dejando de lado el recato
propio de la noble labor informativa. La última decisión, difícil de calificar,
ocurre mientras elaboro estas anotaciones, ¡No publicar los resultados del
estudio de opinión encargado, como es lo usual, a una prestigiosa empresa
encuestadora!¡Más difícil de digerir resulta aún, alegar lo inconveniente de su
publicación, desdeñando el criterio de sus lectores, y endosando las críticas a
esta incomprensible actuación, a la supuesta presencia de una suerte de “teoría
de la conspiración”!¡Válgame Dios!
Cuando los expertos efectúen sus
análisis, una vez concluida la elección, encontrarán en el enfado ciudadano uno
de los aspectos más relevantes en este crítico momento en la vida política de
la nación. El descontento de la ciudadanía, con una expresión evidente en el período
electoral, se había manifestado en diferentes momentos y en relación con varios
proyectos, los cuales, por la indignación ciudadana, hicieron recular a las
autoridades gubernamentales en su intento de ejecutarlos, sin reparar en la
postura de la población sobre estas iniciativas. Los frecuentes casos de
corrupción y los escándalos ligados a ellos, aderezan el malestar y enrarecen
la convivencia ciudadana.
A diferencia de otras realidades, en
Costa Rica la indignación se volcó al proceso electoral y podría provocar una
destacada asistencia a la emisión del sufragio. ¿Cuál será al final el
comportamiento de los electores?¿Cuál es la magnitud de ese disgusto de la
ciudadanía y cómo se expresará en las urnas?¿Será más fuerte los temores
originados en la denominada como la “campaña del miedo”, a la cual se han
sumado hasta los candidatos y los partidos políticos que nadie se lo hubiera
imaginado o se impondrá la indignación? Esto lo sabremos en muy pocas horas, al
conocer el resultado de estas elecciones.
Es hora de acudir con alegría a las urnas
y depositar nuestro voto sin aprensiones ni presiones externas, poniendo por
delante nuestras más hondas convicciones y pensando en la posibilidad real de
contribuir a retomar el rumbo incluyente de nuestro desarrollo. Depositar el
voto con confianza, ánimo y esperanza, con la certeza de la solidez de nuestra
democracia y de que en este proceso, sin duda, ha crecido en su fortaleza. ¡A
votar!
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