Una nueva situación conflictiva, de importantes proporciones,
se avecina. Esta vez se trata de la concesión de la carretera de 58 Kilómetros,
entre La Sabana y San Ramón, otorgada a
una empresa brasileña. Esto, como de
manera equivocada se afirma, no es un asunto de preocupación tan solo para unos
cuantos vecinos de algunos cantones de la provincia de Alajuela. La táctica de tratar
de minimizar la dimensión de una protesta social en curso o de catalogarla como una simple “majadería”,
con el propósito de reducir la movilización, no siempre da los resultados
esperados. Sobre todo, como en este caso, cuando se trata de una decisión
gubernamental cuyas consecuencias van mucho más allá de los intereses particulares
de un grupo de poblaciones.
La demanda por el mejoramiento de esta vía, así como de
muchas otras por las cuales transitamos los costarricenses, sobrepasa la
preocupación de los vecinos de los lugares directamente afectados con la
disposición oficial. Pero, además, la decisión se relaciona con un tema
político presente en el creciente malestar ciudadano, en el constante reclamo
de transparencia en cada una de las acciones ejecutadas por las entidades
públicas y el rechazo a la opacidad con la cual se manejan muchos de los
asuntos de interés general.
El uso de la figura de
la concesión de obra pública, la cual podría ser un buen instrumento para subsanar
las indiscutibles insuficiencias existentes en la infraestructura del país, sufridas
cotidianamente por quienes requerimos de ella, se convirtió en un asunto
controversial, en una fuente generadora de desconfianza y en una de las
muestras de corrupción con más frecuencia señaladas entre la ciudadanía. En la
medida en debate, la vinculación existente en algún momento del ministro de
transportes con la empresa favorecida con la concesión, la ausencia de explicaciones
fehacientes en cuanto a las posibles ventajas a obtener por la población, así
como las dudas compartidas por diversos sectores en cuanto a los beneficios
otorgados a la empresa concesionaria de la autopista, originan dudas y alientan
el antagonismo a la decisión adoptada.
Les resulta muy difícil a los gobernantes comprender las
condiciones en las cuales llevan a cabo su gestión. La toma de decisiones
adoptadas de manera vertical, “de arriba hacia abajo”, propios de las formas
anacrónicas del ejercicio del poder, ha dado lugar, desde hace ya bastante
tiempo, a distintas formas de gobernanza. En estas, las relaciones horizontales,
la consulta y la participación de los diversos sectores interesados (“stake
holders”), en la política o la decisión tomada, es un aspecto básico en la
gestión pública.
Hacer partícipe a la ciudadanía de los procesos mediante los
cuales se adoptan las medidas, lejos de obstaculizar la toma de decisiones,
favorece el desarrollo de las acciones, disipa las dudas, contribuye a la anhelada
transparencia y garantiza la correspondencia
entre las demandas y aspiraciones de la población y las disposiciones gubernamentales.
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