Jorge Mora Alfaro
Según se cuenta su nombre
original es Los Naranjos; con el tiempo este derivó en Naranjo. Uno u otro
calificativo aluden al sabroso fruto brotado en su fértil suelo. Este cantón,
ubicado en el occidente del Valle Central de Costa Rica, encierra múltiples encantos,
entre los cuales destacan las bellas serranías ubicadas en su entorno,
dibujando figuras amoldadas a la imaginación de quienes las admiran.
Un pequeño centro urbano,
rodeado de diferentes espacios rurales, de una rica biodiversidad y abundantes
bellezas paisajísticas, son el asiento de una población laboriosa, emprendedora,
sencilla y dispuesta a delinear las rutas a transitar para lograr el bienestar
de su colectividad.
La producción cafetalera
ocupa un lugar preponderante en la economía
y la cultura local. Esta
actividad, llevada a cabo por agricultores familiares, agrupados muchos de
ellos en una empresa cooperativa, genera identidad y valores entre los cuales
sobresale el amor a la tierra, al trabajo y a la comunidad. La extraordinaria
calidad de su grano es reconocida hoy entre los cada vez más exigentes
industriales y consumidores de café, en un mercado global integrado e inclinado
a la selección de un producto de excelencia
Numerosos profesionales
originarios de Naranjo se desenvuelven en muy diferentes campos, aportando sus
competencias a la sociedad costarricense, laborando en empresas, instituciones
o en organizaciones no gubernamentales en los ámbitos nacional, regional o
local. La herencia cultural de esta comunidad de labradores industriosos,
impregna el comportamiento de los hijos de este generoso suelo.
Para quienes nacimos en este
hermoso lugar y conservamos estrechos vínculos con nuestro pueblo de origen, son recurrentes las añoranzas sobre las aventuras infantiles
y juveniles vividas con una copiosa ingenuidad y alegría, con independencia de
las limitaciones propias de una condición socioeconómica no siempre muy venturosa,
estimuladas por un medio colmado de
gente buena, llana y diligente.
Las cristalinas aguas de los
ríos en donde se aprendía a nadar o se practicaba la pesca; las prolongadas
caminatas hasta alcanzar la cima de aquellas montañas colocadas en rededor; la
trabajosa tarea de recolección de los granos del café, generadora de
importantes ingresos para la economía familiar; los numerosos juegos permitidos
por las pronunciadas pendientes de un centro urbano situado en un territorio de
escasos espacios planos, así como la fascinación por los soberbios atardeceres
estivales y el aprendizaje por el disfrute de los infinitos aguaceros, son
todos ellos, detalles imperecederos, acompañantes en el recorrido por nuestras
vidas.