No se ha
completado aún el rompecabezas con el cual dará inicio la carrera por alcanzar
la silla presidencial y las apetecidas curules de nuestro parlamento. Algunas
piezas provendrán de las primarias en marcha, de una posible coalición y de las
propuestas, más o menos sorpresivas, originadas en algunos de los partidos en
búsqueda de su aspirante. Hasta el momento, con la suposición de algún cambio,
hacia arriba o hacia abajo, conforme se completa el cuadro y se desenvuelve el
torneo electoral, la tendencia al abstencionismo resulta muy significativa.
La competencia
no ha logrado despertar el entusiasmo de los electores, la descomunal
desaprobación de la ciudadanía a la actual gestión gubernamental, la imparable
pérdida de la confianza en las instituciones y el reinante malestar ciudadano,
generan un hondo desencanto difícil de revertir empleando para ello tan solo el
manido marketing político. Esta ha
sido la tradicional manera de forjar candidaturas y de obtener triunfos
electorales, cuyos resultados llevan al desengaño al quedar al descubierto el contenido oculto por la atractiva
envoltura.
El quiebre de
la tradición familiar de votar siempre por la misma agrupación, la actividad
partidaria centrada, casi de manera exclusiva en sus maquinarias electorales,
aceitadas y extendidas al acercarse el período electoral, así como la búsqueda
de diversas formas de expresión y movilización ciudadana desligada de las
agrupaciones políticas, como ha ocurrido en las más destacados acciones
populares o en las peculiares protesta sociales acaecidas en el país en los
tiempos recientes, originan un desafío de
singulares proporciones a quienes buscan atraer votantes a sus tiendas
partidarias.
A estos
fenómenos se suman los frecuentes casos de corrupción, puestos al descubierto sobre
todo por los medios de comunicación, en los cuales se involucran personajes de
la vida política nacional o ligados a proyectos e iniciativas promovidas desde
diversas instancias del aparato estatal. El repudio generado por estos
escándalos públicos, tienen una no despreciable influencia en la posición
reservada o abiertamente crítica de la población en relación con los políticos
o la vida política partidaria, con frecuencia generalizada, sin efectuar las
distinciones con quienes se apartan de
las formas de comportamiento censurables o deleznables.
Las situaciones
coyunturales, colocadas en el diario vivir de los costarricenses, generando
enfado, mofa e incertidumbre, podría ser algo pasajero de no ser su estrecha
vinculación con una realidad más profunda y con un efecto más generalizado en
los sistemas representativos. Como lo apunta Xavier Ruiz Collantes, Decano de
la Facultad de Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, “Dos
de las consignas más populares del movimiento del 15 M en España, ponen el acento
en esta cuestión: ‘lo llaman democracia y no lo es’, ‘no nos representan’ y ‘si
votar sirviera de algo, ya lo habrían prohibido’. Más allá del uso en las
manifestaciones y concentraciones contestatarias, estas consignas ponen de
relieve una convicción que empieza a extenderse de forma cada vez más amplia”.
La enorme y
creciente distancia entre la mayoría conformada por quienes consideran que se
gobierna “para algunos sectores” y aquellos para los cuales se hace “Para la
gente”, cuyos datos ofrece la última encuesta de UNIMER, recién publicada por
el diario La Nación, no resulta diferente a lo acontecido en muy diversas
sociedades democráticas. El incremento de las desigualdades se acompaña de un
sentimiento de falta de respuestas a las demandas y aspiraciones de las
mayorías. Esto se traduce en desapego hacia el sistema representativo y en
reclamo hacia los gobernantes, cuyas diferencias ideológicas del pasado se
dejaron a la vera del camino al abrazar una ruta común.
Ante este panorama, han surgido y tomado
fuerza algunas interrogantes, tales como las siguientes: ¿tiene sentido acudir a
las urnas a depositar el voto? ¿Respaldaré de nuevo con mi decisión a quienes,
según Stiglitz, gobiernan para el uno por ciento de la población? ¿En realidad me
representarán a mí y a mis iguales a quienes con mi voto escoja para gobernar?
¿Existe la posibilidad de reorientar las políticas, echar abajo la opacidad y
lograr la implantación de formas de gestión pública transparentes y en consulta
con la ciudadanía? ¿Puede mi voto poner freno a la decadencia y a la colocación
de los intereses particulares por encima del interés general de la nación?
En una sociedad como la nuestra, con una
prolongada trayectoria democrática, la respuesta a las preguntas tiende a ser
positiva. La mayoría de los
costarricenses consideramos a la democracia, a pesar de los pesares, como la
mejor forma de gobierno. Pero, no cabe duda de que los electores serán más
exigentes en su selección, escudriñarán en detalle las propuestas y sus
posibilidades reales de aplicación, distinguirán la fábula demagógica y
oportunista y tendrán en cuenta las lecciones aprendidas, en el pasado
reciente, a la hora de tomar su decisión.
La comprensión sobre el alto costo del
clientelismo para los grupos de más bajos ingresos, las propuestas de
rectificación cierta en las prácticas políticas empleadas hasta hoy, la
presentación de las medidas concretas por medio de las cuales se reanudará el
camino del bienestar y la equidad, la decisión de retomar las función
esenciales del alicaído sector público en el desarrollo del país, el papel de
la ciudadanía y la apertura de espacios para el florecimiento de las alianzas
público-privadas, serán algunas de las cuestiones hacia las cuales volverán la mirada los
votantes al decidir su asistencia a las urnas y su escogencia final.